28 enero 2008

Êléktra

DAVID JON GILMOUR (6-3-1946)
nota: señores les aclaro que el motivo de este post es mi Complejo de Elektra. Gilmour sigue (para mi placer y el de otros) vivito y coleando.

21 enero 2008

Quien fue desterrada

Lilith, pecadora, demonio, desterrada, transgresora… Para quienes la historia de Eva se hace limitada, ejemplo irrisible del sentido patriarcal del Génesis bíblico, el relato de la pecadora, el “espíritu libre” quien, casi como la primera feminista (aunque este concepto se me hace igual de chocante), decidió abandonar las comodidades del Paraíso por no aceptar la posición sexual a la que el primer hombre (su igual ante la tierra, aunque, curiosamente ella nace del fango lodoso y sucio) quería someterla. Ella, la gran delincuente, la que no aceptó la norma, prefiere marcharse y ser madre de demonios, amante de ángeles y señora del infierno. El gran secreto de Lilith es que se nos hace más humana, más sincera que Eva, ya que posee ese aire místico y oculto del que toda mujer es dueña.
El temido misticismo del universo femenino puede inundar con perfección y pericia cada rincón del desarrollo humano. Lilith nos enseña que la mujer es dueña y señora de su cuerpo, cercana al instinto y a la naturaleza que el hombre tanto teme, el no aceptar la Ley significa condenarse al destierro; pero, irónicamente se condena a la admiración y la fama.
El arte se hace receptáculo de la energía que fluye en el cuerpo femenino, sus paredes son resistentes al caudal enorme que genera la confluencia del ángel, de la señora y la bruja. Es en este caso cuando Elsa Sanguino, artista, mujer, maestra, poeta y pecadora, se me muestra más cercana. Una mujer a quien darle el titulo de artista sería redundar, porque la mujer es arte en sí misma. En Elsa lo femenino circunda cada rincón de su obra, se apodera del hoy y del mañana de una forma descarnada, comprensible para quien el acceso a lo desconocido, a lo humano, a la naturaleza, es cosa de día a día. Posiblemente, estas sean las pequeñas diferencias entre hombres y mujeres. Somos dueñas de la naturaleza, de la magia, del infierno, y no le tememos. Las mujeres hablamos y creamos como mujeres, no desde una “posición biológica y cultural”, sino como dice Iris Závala desde una “posición discursiva (…) del lenguaje”.
Elsa conoce de lo anterior, su obra va más allá del convencionalismo artístico, alimentándose de su vida, como una piel que la abandona y que se posa en cada una de sus creaciones, es como si la carne se trasladara al papel y al lienzo, transformándose nuevamente en tierra, en madre, la energía primigenia, resultado del conocimiento que se esconde en lo subterráneo que la transforman en sacerdotisa del barro, dueña y señora del fuego, capaz de transformar los elementos a su antojo, cual diosa de rostro triple.
Para conocerla visiten: http://elsasanguino.blogspot.com Las fotos son obras de Elsa Sanguino y Eugenio Miranda

12 enero 2008

La condena

Pido permiso ante la palabra empeñada, sin testigos, ni padrinos, ni amigos, me enfrentaré a sus bien fundadas acusaciones para que sepan que sólo Dios habla por mi boca. Yo que en horas de angustiosa cordura promulgué el eco del recato y el pudor. Hoy, cual penitente, declaró mi arrepentimiento por tal desatino y someto a su aprobación el relato que aquí les traigo.

Aquel día no se parecía a los anteriores. Sus manos quejumbrosas dejaron de dibujar el aire para someterse al peso de la gravedad. Sólo un quejido gutural señalaba la proximidad de la vida; pero sus espasmos repentinos me avisaban que la muerte se sentaba en la cabecera de su cama. Su rostro era un punto aislado de toda esta escena sepulcral: pálido, horriblemente hinchado, parecía apagarse entre la sombra que rodeaba sus ojos. El viaje estaba cerca y ambos lo sabíamos. Yo, testigo casual de sus delitos en favor de la gloria, conocí y compartí aquel terrible vicio que nos ahogaba entre densos vapores para elevar nuestros cuerpos por encima de la cama, impulsados por el serpentear de una mancha rosácea que se apoderaba del final de su espalda. El mismo movimiento que nos sometía a las visiones del Supremo.

No importaba cuán peligroso fuera aquel experimento; confundida, tomaba su mano, mientras la otra secaba las gotas de su frente para finalmente colocar mi cuerpo encima del suyo como único anclaje a este mundo terrenal. Sólo mi cuerpo podía darle el calor que él necesitaba. Varias veces insistió que abandonara mis ropajes porque condensaban el frío de sus huesos. Y fue así, entre mi piel y sus dedos, que entendí que el sólo era un instrumento.

Antes de aquella noche, la proximidad de su aliento sirvió para iluminar mi aprendizaje. Cada palabra que pronunciaba guiaba mi alma y mi cuerpo hacia la iluminación. Lamentablemente, los fuertes dolores sometían su temple y él sólo podía dejarse llevar por los espasmos, clavando sus dedos sobre la cama, girando los ojos hacía donde se encontraba la muerte, y preparándose para volar. Mientras, yo temblaba al ver lo que parecía ser un sufrimiento insostenible, no entendía cómo aquel hombre desterrado, un condenado a muerte podía ser un Santo; y en verdad lo era, porque sólo un santo podía elevar mis entrañas y extender mis brazos hacia Dios.

En mí comenzó su ministerio, desterró todas las falsas creencias y cada ligadura que me mantenía sometida al recato y a la envidia. Poco a poco, aprendí a conocer el rostro de Dios en su rostro y con él el secreto de cómo crear calor en un simple roce de manos. Pero, mientras yo más aprendía, más su cuerpo se debilitaba. Él sólo contestaba que yo sería su profeta, su vidente. Me enseñó a volar, a convertir la sangre en gloria, a abandonar mi cuerpo y apoderarme del suyo, tuve su poder en mis manos, en mis ojos y en mi boca. Un ángel apareció un día para clavar su daga en mi pelvis, anunciando que el final de aquel hombre estaba cerca.

Hace veintitrés noches que mi señor quedó tendido en su cama, delgado y perdido.

Cuando se secó la sustancia blanquecina sobre su carne, no pude sino abrazarlo y llorar, llorar a cantaros, llorar a muerte, llorar de felicidad. Sus últimas palabras quedaron trenzadas en mis cabellos para inspirar cada frase que digo en su nombre, inclusive las que acá he traído. Las mismas manos que una vez sostuvieron su cuerpo vacío son las que ahora les presento, son las mismas que conocen de piedad, de tiempo, de placer, de dolor… son sus manos, no las mías… yo… yo sólo soy un instrumento.

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Todos guardaron silencio, la sala en pleno bajó sus los ojos y se iluminó por el destello de aquella mujer. A pesar de que ya estaba condenada a muerte, sabían que sólo merecía la gloria, porque ella, ella era una Iluminada, eso que algunos llaman Santa.