21 enero 2008

Quien fue desterrada

Lilith, pecadora, demonio, desterrada, transgresora… Para quienes la historia de Eva se hace limitada, ejemplo irrisible del sentido patriarcal del Génesis bíblico, el relato de la pecadora, el “espíritu libre” quien, casi como la primera feminista (aunque este concepto se me hace igual de chocante), decidió abandonar las comodidades del Paraíso por no aceptar la posición sexual a la que el primer hombre (su igual ante la tierra, aunque, curiosamente ella nace del fango lodoso y sucio) quería someterla. Ella, la gran delincuente, la que no aceptó la norma, prefiere marcharse y ser madre de demonios, amante de ángeles y señora del infierno. El gran secreto de Lilith es que se nos hace más humana, más sincera que Eva, ya que posee ese aire místico y oculto del que toda mujer es dueña.
El temido misticismo del universo femenino puede inundar con perfección y pericia cada rincón del desarrollo humano. Lilith nos enseña que la mujer es dueña y señora de su cuerpo, cercana al instinto y a la naturaleza que el hombre tanto teme, el no aceptar la Ley significa condenarse al destierro; pero, irónicamente se condena a la admiración y la fama.
El arte se hace receptáculo de la energía que fluye en el cuerpo femenino, sus paredes son resistentes al caudal enorme que genera la confluencia del ángel, de la señora y la bruja. Es en este caso cuando Elsa Sanguino, artista, mujer, maestra, poeta y pecadora, se me muestra más cercana. Una mujer a quien darle el titulo de artista sería redundar, porque la mujer es arte en sí misma. En Elsa lo femenino circunda cada rincón de su obra, se apodera del hoy y del mañana de una forma descarnada, comprensible para quien el acceso a lo desconocido, a lo humano, a la naturaleza, es cosa de día a día. Posiblemente, estas sean las pequeñas diferencias entre hombres y mujeres. Somos dueñas de la naturaleza, de la magia, del infierno, y no le tememos. Las mujeres hablamos y creamos como mujeres, no desde una “posición biológica y cultural”, sino como dice Iris Závala desde una “posición discursiva (…) del lenguaje”.
Elsa conoce de lo anterior, su obra va más allá del convencionalismo artístico, alimentándose de su vida, como una piel que la abandona y que se posa en cada una de sus creaciones, es como si la carne se trasladara al papel y al lienzo, transformándose nuevamente en tierra, en madre, la energía primigenia, resultado del conocimiento que se esconde en lo subterráneo que la transforman en sacerdotisa del barro, dueña y señora del fuego, capaz de transformar los elementos a su antojo, cual diosa de rostro triple.
Para conocerla visiten: http://elsasanguino.blogspot.com Las fotos son obras de Elsa Sanguino y Eugenio Miranda

1 Íncubos o Súcubos:

Francisco Pereira dijo...

Hermoso escrito, bello en su esencia y en tus palabras. El arte como manifestación del alma y más cuando ese barro de sentimientos se amasa desde las entrañas y se hornea en los rincones del corazón.
Por eso siempre digo que toda transformación del barro, toda manifestación, cualquier forma que sea, está impregnada de amor.