Aferrado,
como un niño al pecho de su madre,
te sostienes al cuerpo de una mujer.
Los cazadores no saben de olvido,
cobijan sus años con pieles de presas nuevas
utilizan la luna para guiarse
entre la espesura de oscuras melenas.
Eres el último de tu raza.
Aprendiste entre esclavos malayos
que la mejor forma para espantar olores
es colocar tu lengua encima del pecho de una hembra,
varias veces lo has intentado,
la llaga retorna,
el almizcle que alojaban aquellos muslos
vuelve a brotar.
Coges el cuchillo,
Abres la pierna y el pecho,
sacas lo que queda.
Los ojos se parten
y en tu boca
una oración entona.
Expiación.
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