Me volteo para darle la espalda a tu sombra,
de nada vale que trate de alcanzarte
pues tu aroma sigue desapareciendo
mientras mi almizcle regresa a su estado natural.
La brisa que azotó estas sabanas ha cesado,
mis manos empiezan a reconocer
los restos de una nueva batalla:
dos cuerpos cercenados yacen entre el polvo,
inmóviles, sólo el susurro de sus alientos
logra masticar las lágrimas y el sudor.
De repente, las cortinas se alzan,
un espíritu dorado
con espada de venganza
descarga su furia contra un secreto,
los ojos narran el pánico
de ser traspasados por un manto de hielo,
la piel gime a cada golpe.
La hora de la muerte ha llegado,
nadie ha de llevarme
sin sentir que he luchado,
la ropa en jirones
a mis enemigos he de dejar.
¡Cuán difícil es luchar contra el aire...!
El día desciende,
mis pupilas se abren
para darme cuenta de la mentira:
¿Cómo extrañar a alguien que jamás se ha tenido?
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